*
Ella estaba sentada irradiando
serenidad. No parecía esperar a nadie, no miraba más allá de su mesa donde
había una carta y un vaso de whisky con 2 hielos. Estaba bien vestida más no
estaba de salir ni tampoco de entre casa. Tenía las piernas cruzadas y movía el
pie como balanceándolo de un lado al otro de la pierna de apoyo, lentamente,
manteniendo su calma, como quien se entretiene para no fumar.
El bar no estaba lleno
pero tampoco vacío: quedaban algunas sillas sin ocupar en las aproximadas 8
mesas con las que contaba el lugar. La gente allí parecía estar ocupada en sus
conversaciones de sobremesa, casi lista para irse, ya que estaba acercándose la
medianoche y la ley imponía que antes de las elecciones todos los locales
debían cerrar a las 00hs sin excepciones.
Ella tomaba su whisky
mientras jugaba con el sobre entre sus manos y sorbo tras sorbo parecía estar cada
vez más convencida de que lo que había puesto adentro era lo que quería. Ella
pensaba y pensaba y no le encontraba otra solución. Visualizaba su futuro y no
había forma de que en su vida hubiera un político. Mucho menos si pensaba
empezar una familia en un futuro. ¿Por qué tuvo que interesarse él en todo ese
mundo? ¿Por qué tuvo que decidir lanzar una candidatura si podía seguir siendo
abogado?
Un mesero que pasó
cerca la distrajo de sus preguntas sin respuesta, iba para una mesa que había
pedido la cuenta. Para cuando le
avisaron amablemente que estaban cerrando, ya se había tomado 2 whiskys 'on the
rocks' y había juntado todo el coraje que creía necesitar para entregar esa
carta. Al salir por la puerta se cerró el abrigo e hizo un ademán como
temblando por el frío que sintió repentinamente. Había olvidado, gracias al
alcohol y al ambiente climatizado, el invierno que transcurría afuera.
Se dirigió a la entrada
de la casa de su amado. Caminó esas 3 cuadras con rapidez no tanto por el
viento que le enfriaba la nariz sino por miedo a arrepentirse. Ya se estaba
pasando el efecto de los scotchs. No tardó más de 5 minutos pero al llegar miró
a su alrededor como si estuviera verificando que nadie la haya seguido, no
había nadie, y miró el sobre, lo dio vuelta para volver a leer por enésima vez
el nombre escrito en él. Finalmente, respiró profundo y la deslizó por debajo
de la puerta. Se acomodó el abrigo, se mordió el labio y mientras una lágrima
teñida de negro tristeza corría por su mejilla, se dio vuelta para nunca más
volver. Sabía que él no le iba a contestar, no le gustaba escribir cartas. También
sabía que él amaba más la política que a ella y que dejarlo era lo mejor para
ambos.
A la noche siguiente,
cuando cerraron las urnas y los recuentos dieron a favor de quien fue el
destinatario de su carta, supo que dejarlo había sido lo más noble que jamás había
hecho por alguien alguna vez. También supo que lo amaba y estaba enamorada de
él, y que si él todavía no la había buscado (y ya había leído su carta)
entonces, había hecho lo correcto.
Edward Hopper - AUTOMAT 1927